Introducción
Todo abogado que
intervenga en un juicio oral, sabe que para lograr un buen impacto en su
presentación, además de contar con pruebas favorables, debe destinar algún tiempo
y esfuerzo a preparar un buen cierre para su alegato final. De hecho, los
grandes discursos de la historia son recordados porque quienes los pronunciaron
lograron resumir todo lo dicho en una sola frase de tres palabras que se grabó
en la memoria colectiva. Para citar algunos ejemplos clásicos de estas tríadas
podemos tomar la frase “vini vidi vinci”
que pronunció Julio César al llegar a Britania; o el “sangre sudor y lágrimas”
de Churchill, o bien, el lema de la revolución francesa de “Libertad, igualdad y fraternidad” que tan
gravado a fuego quedó en la memoria de cualquier ciudadano moderno. Es más, si
queremos ser menos eruditos con las citas, también encontraremos frases compuestas
por tres palabras que han impactado y quedado en la memoria colectiva como son
la que dice “salud, dinero y amor”, “Time
is money”, y la más reciente “Ni una
menos” que engloba en tres palabras ideas, sentimientos y un juicio moral
sobre la cuestión. La pregunta lícita que surge entonces es ¿qué secreto
guardan estas tríadas que se graban tan fácilmente en la memoria? ¿por qué
funcionan tan bien como herramientas discursivas?
Lo que viene de a tres es perfecto
Cuando iniciamos la
investigación para descubrir las razones que podían explicarnos por qué las
frases como las mencionadas en la introducción —y otras tantas que iremos
viendo— son tan adhesivas al recuerdo, encontramos que ya los oradores romanos
parecían conocer el truco, pues la máxima latina omne trium perfectum significaba que “todo lo que viene de a tres es perfecto”, y por ello, en sus
discursos o alegatos en el foro, solían dar cierres apelando a las tríadas
(p.ej. “res non verba”, “pacta sunc servanda”,
“alea jacta est”). Los romanos no
sabían exactamente por qué la técnica funcionaba tan bien, sino que
sencillamente la empleaban. Es muy probable que no la inventaran ellos, sino
que la tomaran del uso coloquial del lenguaje, de la inteligencia colectiva, pues
las tríadas no las hallamos sólo de los juristas sino más frecuentemente en habla
popular. En efecto, nos rodean inadvertidamente todo el tiempo y están
perfectamente almacenadas en nuestro recuerdo. Piénsese en algunas de ellas
como: “sexo, drogas y rock&roll”, “luz, cámara, acción”, “fe, esperanza y caridad”, “paz, pan y trabajo”, “moscato, pizza y
fainá” y hasta en el “Just do it”
de Nike se las puede encontrar. Tal
es la pregnancia mnémica que poseen las tríadas que hasta la Constitución Argentina
las usas, pues en su primer artículo se establece que la Nación
Argentina adopta para su gobierno la forma “representativa,
republicana y federal”.
A los asesores de campaña del ex
presidente norteamericano Barak Obama no se les pasó por alto el poder de las
tríadas, y el lema “Yes, we can” es
un ejemplo de ellas, el cual se instaló rápidamente en el pueblo norteamericano;
en tanto que el presidente argentino, Mauricio Macri, aplicó similar estrategia
con su slogan “Sí, se puede”, con
resultados similares. En estos dos casos electorales, se ve claramente que las tríadas
no son sólo tres palabras, sino que además, siempre conllevan un mensaje concreto
que resume una o varias ideas, emociones y un contenido moral. Es por esta
razón que resultan tan útiles para los abogados, porque si se acierta con la
triada correcta, se facilita a quien acaba de escuchar todos los argumentos
—que pueden ser largos y tediosos en un juicio—, un resumen que con tres
palabras engloba todo el caso, le imprime un contenido moral, y se almacena muy
fácilmente en la memoria —del juez, pero fundamentalmente de jurados legos—. Además,
su estructura permite al otro estar seguro que el discurso o alegato terminó.
Ahora bien, las tríadas son
dispositivos sintácticos que por alguna razón se almacenan muy fácilmente en la
memoria de quien los escucha, y no solo facilitan su reproducción a otros
individuos, y así su diseminación, sino que también operan influyendo en lo que
se recuerda y piensa sobre lo que se escuchó. Es por ello la importancia antes
señalada de que todo abogado emplee alguna frase tripartita de cierre, pero fundamentalmente,
que además condense los argumentos a favor de su caso, para que el juez (o los
jurados) lo tenga como una información más accesible en su memoria a la hora de
emitir su pronunciamiento. Claro que los abogados conocen intuitivamente este
poder de las tríadas —aunque tal vez no de modo consciente—, pues suelen cerrar
sus escritos con peticiones que reclaman “la
suma de tantos pesos, intereses y
costas”, en tanto que las sentencias también abrevan en el trío, al
sostener por ejemplo que se condena a XX a la pena de “4 años de prisión, accesorias legales y costas”. Pero antes de
explicar los motivos psicológicos del por qué ocurre todo ello, veremos algunos
usos más de estas tríadas que tan bien parecen funcionar no sólo para dar
finales a relatos.
Hemos visto que lo que
viene de a tres puede es una buena estrategia de cierre, pero sus beneficias no
terminan allí, sino que también puede ayudar a dar contenido a los relatos; no
en vano los cuentos que se han convertido en clásicos suelen contener elementos
triádicos. Así, por ejemplo, los genios de la lámpara y los dioses suelen conceder
tres deseos, los chistes suelen empezar con “había
una vez tres tipos, un italiano, un chino y un argentino”, los chanchitos
eran tres, al igual que los tres chiflados, los reyes magos y los sobrinos del
pato Donald, Hugo, Paco y Luis. Jesús resucitó al tercer día y fue traicionado
tres veces por Pedro; donde comen dos comen tres; y la tercera es la vencida.
Un juego conocido a nivel mundial es el “ta-te-ti”,
o el “piedra papel o tijera”, los
semáforos de casi todo el mundo tienen tres colores, y para empezar una tarea
se dice “preparado, listo, ya”,
dándole al ganador el premio de un “aplauso,
medalla y beso”. El riesgo de caer en una paranoia con el número tres es un
peligro latente, pero ni la religión pudo sustraerse de la tentación de la
tríada divina, y allí tenemos al nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;
y la filosofía tampoco, pues la Modernidad nace a partir de la tríada cartesiana
del pienso, luego, existo.
Otros casos típicos de
tríadas que perduran fácilmente en la memoria gracias a la omne trium perfectum fue las siglas adoptadas por muchas
organizaciones tales como la KGB, CGT, Ku Kux Klan, FBI, CFK, PRO, WWW y la
mundialmente conocida USA.
Una cuestión interesante que
comenzaría a ayudarnos a comprender por qué nuestra mente almacena mejor las
frases en tríadas sería conocer un extraño fenómeno comunicacional que ocurrió
en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. En 1940, mientras las tropas
británicas sufrían fuertes bajas ante el ejército alemán, el primer ministro
Winston Churchill se dirigió a su pueblo para anunciar que se avecinaban
tiempos de “sangre, sudor, trabajo y
lágrimas”, y si bien violó la ley de las tríadas pues había cuatro palabras,
la memoria colectiva —no solo inglesa sino la mundial—, convirtió podó la frase
original hasta convertirla en la conocida tríada del “sangre, sudor y lágrimas”, omitiéndose el trabajo de la frase original. Algunos podrían señalar que la
omisión del “trabajo” obedece a la repulsión intrínseca hacia el esfuerzo de la
especie humana, lo que ayudaría a su represión. Pero el punto es cuestionable, pues
sin trabajo el hombre no habría llegado a la Luna ni descubierto la penicilina.
Pero algo de razón tienen quienes postulan cierta tendencia a evitar el
esfuerzo —mientras se pueda— ya que la mente se maneja por la ley del menor
esfuerzo cognitivo, y por lo tanto, es altamente probable que la frase, como
una piedra que va perdiendo sus aristas para convertirse en un canto rodado, se
puliera en su transmisión cultural, convirtiéndose en una tríada de fácil
manejo mnémico. Es más, al hacerlo, permitió que circulara por todo el mundo, y
saltara la frontera del idioma, lo que evidencia una vez más la fuerza de la estructura
sintáctica tripartita, conjuntamente con su contenido.
Un fenómeno similar
parece haber ocurrido con una de las novelas de aventuras más conocidas durante
los siglos XIX y XX, nos referimos a “Los
Tres Mosqueteros” de Alejandro Dumas, donde como sabemos los mosqueteros
eran realmente cuatro —Athos, Porthos, Aramis y D'Artagnan— pero muy probable
la expertise de Dumas como escritor
lo llevó automáticamente a adoptar un título que respetaba la regla de las
tríadas, por no señalar que en la estructura interna de la novela, D'Artagnan
se bate a duelo tres veces con su archienemigo el conde de Rochefort,
hiriéndole las tres veces, y diciéndole que la próxima vez lo matará, pero no
hay un cuarto encuentro, pues acaban haciendo las paces y entablando una
amistad.
Una posible explicación psicológica del fenómeno
Hemos reseñado unos cuantos ejemplos discursivos y narrativos que
ilustran el poder de las tríadas, y ahora llegó el momento de quitarle el manto
de oscurantismo a este dispositivo mnémico que sabemos empíricamente que
funciona bien, pero no cuáles son sus razones.
Para no andar como muchos
rodemos, diremos que la respuesta está en la memoria de trabajo de las personas
(working memory), la cual, no es una
barracón de almacenamiento de recuerdos, sino una función muy activa de la
memoria que nos permite personas procesar la información del entorno, sacar
conclusiones, y fundamentalmente, almacenar, muchas veces de manera automática,
contenidos. Gracias a ella recordamos el nombre de una canción o una película
que nos gustó. Y algunos títulos nos resultan más fáciles que otros. Por
ejemplo, muchos pueden recordar sin problemas “La vida es bella”, pero se les complica mucho más con “Eterno resplandor de una mente sin
recuerdos”. En este último caso, muchas personas suelen referirse a la
película como “Eterno resplandor…”, pues es lo que su memoria de trabajo logró
almacenar y enviar a la memoria de largo plazo, y otros, lisa y llanamente
tienen tan vago recuerdo del título por lo que prefieren referirse a ella como “esa
de Jim Carrey que se hace borrar la memoria”. Claro que algunas personas
recuerdan el título a la perfección y son quienes salvan la charla completando
el nombre de la película. Pero como vemos, en las charlas cotidianas, la
memoria juega un muy importante papel, fundamentalmente en lo atinente a su
capacidad de almacenamiento.
Durante muchos años se consideró que la memoria de trabajo,
también llamada memoria de corto plazo, tenía un límite de 7 más-menos 2 ítems
(o chunks), es decir, las personas
recuerdan una media de 7 elementos (números, palabras, etc), sin perjuicio de
que algunos solo pueden recordar 5 y otros 9 (Miller, 1956). La cuestión era
pacífica y se hablaba del “Mágico número siete”,
pues en los experimentos de laboratorio en los que se les leía a las personas
listas de 20 palabras, éstas recordaban recurrentemente un promedio unas 7±2
palabras, corroborando la teoría. Pero los aportes de Baddeley y de Cowan dieron
cuenta de algo fallaba en la teoría —lo que resultará muy importante para
nuestra explicación de las tríadas—. Lo que se advirtió es que el mágico número
siete de Miller carecía de validez
ecológica, pues sólo se cumplía en condiciones experimentales, es decir,
cuando a los sujetos se les leían palabras en el laboratorio y luego se les
pedía que las repitieran, pero en la vida cotidiana la cosa no funcionaba así, la
gente no está prestando atención a todos los estímulos que la rodean, de manera
que no almacenan 7±2 ítems, sino menos de la mitad, justamente 4±1, donde 3
sería el mínimo y 5 el máximo (Cowan, 2000).
Así las cosas, de acuerdo a la tendencia a la economía de recursos
cognitivos de la mente, el escalón mínimo de capacidad de almacenamiento —3
elementos— se adecua a bastante bien a la explicación de nuestras tríadas, pues
este formato garantiza que serán accesibles a la mayoría de las personas, pues
exige la mínima cantidad de procesamiento, y por lo tanto, se adecua aún a los
que se encuentran por debajo de la media de 4 elementos. De allí que los
educadores sepan intuitivamente esto, pues ello explica las técnicas
mnemotécnicas a las que recurren para enseñar sus disciplinas, cualquiera sea
ésta. Por ejemplo, en Lengua, tendremos tríadas para aprender que las palabras
pueden ser “agudas, graves o esdrújulas”
o que las narraciones tienen “introducción,
nudo y desenlace”; el Matemática, que los triángulos pueden ser “equiláteros, isósceles o escalenos”; en
Física que los estados de la materia son “líquido,
sólido o gaseoso” y que se compone de “neutrones,
protones y electrones”, etc.
El proceso de almacenamiento en la memoria de trabajo en la vida
cotidiana es muy automático, y por lo tanto, cuando vemos televisión o
escuchamos a alguien hablar, solemos olvidar muy pronto lo que dijo —mucho más
si se expresa con palabras innecesariamente complejas—, y si queremos
intencionalmente recordar, recordaremos el sentido general de lo percibido, nunca
textualmente. Así las cosas, sabiendo cuál es la capacidad básica de la memoria
de trabajo del humano promedio, es comprensible que nos resulte fácil retener información
de la realidad que se adecuen a esta limitación —3 elementos—, o bien, como
vimos en el caso de Churchill, nuestra memoria, que no es nada pasiva, adecua
lo que no tiene su formato de mínimos recursos a uno que le resulta más compatible
con sus capacidades, y esto como, advirtiera Baddeley (1999, 2010), trasciende
los idiomas, pues la frase “sangre sudor
y lágrimas” no es tríada surgida de un español o un criollo, sino del pueblo
inglés, pero ha sido tan perfectamente adaptada a la memoria colectiva local,
que hasta parece ser parte de nuestro patrimonio cultural, cuando en realidad
fue “blood, tears and sweat”.
Asimismo, otra razón que fundamenta la pregnancia de las tríadas
es que Baddeley halló que las frases que mejor se almacenan son aquellas ingresan
por nuestro sistema auditivo —por sobre la lectura, por ejemplo— y que no
superan los 2 segundos de duración (Baddeley, 1999), cosa que suelen cumplir
las tríadas. Tómese cualquiera de ellas y lo advertirá rápidamente (p.ej. “paz,
pan y trabajo”, “lechuga,
tomate y zanahoria”; “erke, charango
y bombo”, etc).
Finalmente, la tercera razón, es que la estructura que poseen
nuestras tríadas, les permite tener un ritmo en su pronunciación que favorece
aún más su recuerdo. El impacto del ritmo en la memoria lo ha demostrado
Baddeley (1999), pero también lo sabemos a partir de los estudios
antropológicos que dan cuenta de que las culturas ágrafas de tradición oral,
rimaban sus relatos históricos para facilitar el recuerdo y su transmisión generacional.
Es que el ritmo ayuda a concatenar un término con otro y simplifica la tarea
cognitiva de la recuperación (p.ej. repítase internamente la frase “salud, dinero y amor”, y notará que las
palabras si hilvanan entre sí como si fueran finalmente un solo concepto), lo
que facilita su almacenamiento y recuperación en la memoria de largo plazo,
pues en definitiva, toda la tríada acaba almacenándose como un solo elemento (chunk).
En definitiva, la psicología aporta un halo de luz sobre una
clásica técnica de oratoria, brindando los motivos cognitivos que explican su
funcionamiento. Hasta ahora, su uso intuitivo ha ayudado a muchos narradores a
construir buenas historias, y a muchos expositores a dar finales impactantes
que se preservan mejor en la memoria de sus interlocutores. Claro que también
ha ocurrido que frases que no eran tríadas fueron convertidas en ellas por la
cultura popular. De allí que se incrementarán las probabilidades de permanecer
en el recuerdo, si se comunica en un formado que exige pocos recursos
cognitivos del interlocutor. Pero debemos señalar que no basta con decir tres palabras
seguidas para conformar una “tríada mágica”, sino que ella funcionará si se
logra acomodar en su estructura tres palabras “simples” —punto nada menor— que
condensen el núcleo básico de lo que se dijo durante la media hora de discurso,
y este sí que será un Arte, donde la inspiración (serendipity) podrá ayudarnos mucho más que la razón.
Bibliografía
Baddeley, A. (1999). Memoria Humana.
Teoría y práctica. Madrid: McGrawHill.
BADDELEY, A., EYSENCK M. y ANDERSON, M.
(2010). Memoria. Madrid: Alianza Editorial.
Cowan, N. (2000). The magical number
4 in short-term memory: A reconsideration of mental storage capacity.
Behavioral and Brain Sciences, 24, 87-185.
MILLER, G.A. (1956).
The magical number seven, plus minus two: some limits on our capacity for
processing information. Pschological Review, 6, 3: 81-97.
[1] Profesor de Psicología Jurídica de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires; mail: franjafear@hotmaiL.com
Algunas sugerencias dadas por mis maravillosos alumnos fue tener en cuenta algunas otras tríadas como: God bless América, I`ve a dream, Menem lo hizo, Impossible is nothing.
ResponderBorrarUna alumna italiana nos recordó que muchas veces decimos "Lex dura lex", pero la frase real es "Dura ley, sed lex". Entiendo que lo que ocurre es como con lo del "Sangre, sudor, trabajo y lágrimas" de Churlchill, lo adaptamos.
Si leíste el artículo, comprenderás porque el tema de Luis Fonzi "Des-pa-cito" pegó tanto. Es una tríada!
ResponderBorrarPor otro lado, comparto con Ustedes que una versión bien corregida y ampliada del artículo fue publicado por la Revista La Ley.