Eran las diez menos cinco de la noche. Es la hora habitual en la que voy hay supermermercado chino, porque como todo en la vida, siempre espero para lo último.
La verdad es que no se bien que quería comprar, pero sentía que algo tenía que comer. Así que ahí andaba paseando entre las góndolas de los fideos y las galletitas. En eso, miro para la caja, y veo un tipo que está al lado de la china que cobra diciéndole a la gente que se vaya para el fondo. Obvio, nos estaba asaltando.
Me quedé parado donde estaba, y me puse a mirar fijamente los fideos Matarazzo, pero sin mirarlos.
De pronto note que la gente iba yendo para el fondo, y caminé unos pasos junto con ellos, pero me quedé en la zona de las heladeras, y entonces, ahora me quedé mirando los postrecitos Ser, y pensando si será cierto que los chinos apagan las heladeras a la hora de la siesta.
No sé cómo, pero una chica quedó al lado mío. Y tampoco se cómo, ni porqué, pero le miré las tetas y me parecieron grandes para su edad. Tendría unos veinte.
Ví que los que estaban en el fondo se habían tirado cuerpo a tierra, y siguiendo el ejemplo, le dije a la chica, hagamos igual; y los dos, cada uno en su espacio, nos pusimos pecho a tierra. No, no pensaba ya en sus tetas.
Desde donde estaba, pude ver como los ladrones se paraban detras de los clientes acostados y les ataban las manos en la espalda con esas cosas de plástico que se usan para cerrar bolsas.
Ahí me asusté mucho cuando vi eso. Yo pensaba que esto era un robo pedorro, y empecé a pensar que se trataba de una "reivindicación terrorista, en la cual nos tendrían como rehenes por algún preso político de Iran". El corazón me latía cada vez mas fuerte contra el suelo, pero decidí cerrar los ojos y poner las manos haciendo de almohada en la pera. Creo que quería dar el aspecto de ciudadano tranquilo que deja hacer sus cosas a los malvivientes. Reconozco que sentí asco de mi mismo y de mi falta de civismo heroico. La chica que estaba a mi lado parecía que se contagiaba de mi tranquilidad exterior, e histeria interior, y también estaba quieta y parecía tranquila.
Vino uno de los ladrones hasta donde estábamos, porque eran unos cuantos, y me pidió el celular. Le dije que no tenía y metí la mano en el bolsillo de las bermudas y le di la plata que llevaba, unos sesenta pesos -la puta madre-. Por suerte no me pidió el reloj. Cuando vi que no me miraban, disimuladamente me lo quité y la mandé abajo de una góndola.
Yo seguía con la mirada para abajo y las manos en la pera. Escuché que llamaban a alguien: vení... vení vó... Y sentí una patadita que me indicó que me hablaban a mi. Ponete acá... me dijeron. Me acostaban junto con el resto de los secuestrados; a la chica que estaba conmigo también, pero mas lejos. Me acosté boca abajo, y cuando quise adoptar mi posición de perrito tierno, otra chica me dijo, nos dijeron que pongamos las manos en la espalda.
La puta madre, me van a atar, pensé. Me quedé esperando con las manos en la espalda. Pero no nos ataron. Al ratito empecé a escuchar que alguien decía, andá a la cámara... a alguien de los que estábamos en el piso.
Nueva sensación de terror. No eran terroristas, eran chorros comunes, pero nos iban a encerrar en la heladera del carnicero, y quien sabe cuándo nos abrirían... -si es que alguna vez alguien la abría antes de que muriésemos todos por congelamiento.
Nuevamente, dijeron, dale, vos, y como no respondí, vino la patadita esperada. Cuando me paré, el Sr. chorro -ya van a ver porqué- me dijo, la chica que estaba con vos, que entre también. Lo miré a la cara, e involuntariamente, le guiñé el ojo. Que el entienda lo que quiera. Patié un poquito a "mi" chica que había quedado unos metros míos y con un hilo de voz le dije, vení.
Mientras marchábamos hacia la cámara, yo seguía pensando en que nos íbamos a cagar muriendo por congelación como en las películas, entonces dije en voz alta y como quien no quiere la cosa ¿no se puede apagar antes de entrar? Y sabés que me dijeron los chorros desde atrás... ¡que si!
Alguien acotó, el carnicero es el que sabe de donde se apaga, y alguien señaló unas térmicas que estaban en la puerta. Yo mandé mano, y hubiera querido decirle a los chorros -tan gentiles- que no se asustaran si al bajar las llaves se cortaba la luz. Pero no dije nada y bajé las perillas y que fuera lo que dios quiera. Inmediatamente el ruido de la cámara frigorífica cesó; y la luz no se cortó.
Entramos en fila empezando a llenar el fondo. Yo dejé pasar primero a las damas, porque la cortesía es lo último que se pierde, y finalmente entré yo. Pero antes de cerrar la puerta, otro de los ladrones me pidió que le diera una mano para retirar unos cajones que impedían cerrar la puerta. Lo ayudé, y hasta le avisé, cuidado con este que tiene agua. El muy considerado me dijo gracias. Finalmente, le pregunté si tardarían mucho en abrirnos, y me dijo, no, quedate tranquilo. Si, sindrome estocolmo a full entre el ladrón y yo.
Me di media vuelta y volví a la cámara. Cerraron la puerta, y como en un ascensor quedamos encerrados todos los clientes, y los dos hijos de la dueña, chinitos con ese corte flogger de pelo lacio que les cubre un ojo. Parecían un comic los hijos de puta, y estaban lo mas tranquilos. Ahí comprendí la grandeza de esta raza oriental.
El ambiente era frio y pero denso.
En el fondo había una parejita, mas adelante, mi supuesta chica, y a mi lado, los dos chinitos con su paz shaolín. La verdad es que no me acuerdo de que hablamos. Hablamos muy poco. Creo que solo dijimos de no llamar a la policía, y todos asentimos.
A los pocos minutos, abren la puerta, y meten al carnicero. El tipo estaba con un con un ataque de nervios pasivo, es decir, no estaba hecho una loca pero estaba shokeado. Cerraron la puerta muy fuerte y el carnicero, de unos cincuenta años, que tenía mas pinta de verdulero que de carnicero, se dejó caer de frente sobre la puerta de la cámara.
Yo le paso la mano por sobre el hombro y le digo, tranquilo, todo va a estar bien. En un acto de extrema expresión le aprieto la nuca con el índice y el pulgar como a una novia!!!, y le reitero que se quede tranquilo. El tipo se deja hacer, y me dice que tiene hernia de disco y que ahora no va a poder caminar. Le contesto que si, que todos vamos a poder caminar en un ratito, y luego me quede callado.
Pasan unos cinco minutos y desde afuera ya no provenía sonido alguno.
Se fueron dijimos. Si, dije, pero esperemos cinco minutos mas.
No me acuerdo si el carnicero abrió la puerta o si la madre de los chinitos, que había quedado afuera nos abrió. La cosa es que salimos. Nos fuimos hacia la caja, y vimos que nos habían dejado la puerta de salida cerrada. Si hay algo que son los chinos es que son previsores, y sacaron una llave de abajo de uno jugos Clight y abrieron.
Yo comenté a la parejita compañera de heladera que iba a necesitar un vinito para bajar este trago amargo, y me fui hacia la góndola de los vinos. Saqué un Calia Syrah-Bonarda y volví hacia la caja.
Como ustedes recordarán, mi dinero se lo había llevado -o mejor dicho- yo se los había entregado a los cacos. Así que miré a la china que ya estaba sentada nuevamente tras la caja registradora, como si ese fuera su lugar natural y le dije, pago mañana, si? Me miró medio sorprendia, pero resignada dijo sí con la cabeza.
Salí del super y me sentía con una adrenalina como quien se tira de un paracaídas. Pero no estaba con la sangre hirviendo, no, estaba profundamente relajado, insisto, como quien ya se tiró de un paracaídas.
Así volví a mi casa, abrí el vino, y me puse a pintar.
Nunca pensé que las emociones fuertes, podían adquirirse en el chino de la vuelta .
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