Quien vaya a verla esperando encontrar al asesino serial al
que nos tiene acostumbrados Netflix se desilusionará, pero eso no está mal,
está bien que así sea. La película retrata acertadamente un micromundo
adolescente cargado de sexualidad y conductas de riesgo, las dos pulsiones
básicas que distinguiera Freud en el ser humano, y que en la adolescencia se
presentan con suma intensidad.
Si bien Robledo Puch mata “más de tres personas en el plazo
de treinta días”, lo que permitiría clasificarlo en la categoría “serial
killer” de los perfiladores del FBI (Ressler, Holmes, etc), carece de un elemento
fundamental de estos individuos, y es que no mata para satisfacer fantasías
perversas. No secuestra a sus víctimas, ni disfruta viendo su pánico antes de
darles muerte; no “firma” sus asesinatos con algún rasgo distintivo como
Dexter, ni se lleva “trofeos” de la escena del crimen para rememorar más tarde
el excitante aquelarre de la matanza. Robledo Puch mata por razones meramente
utilitarias. Mata a los serenos de los comercios que saquea por las noches; a
los asaltados que sacan un arma para resistirse, y a las víctimas de los abusos
de sus amigos para evitar la denuncia.
Con una excepción, Puch mata por la espalda o mientras los
serenos duermen, y esto que podría parecer cobardía, en realidad nos revela la
ausencia del morbo, propia del asesino serial en el acto de matar. Puch no es
el asesino que afila el cuchillo ante su presa cautiva y que goza relatándole
lo que le va a hacer. En la historia oficial, cuando el juez le pregunta por
qué mató a los serenos “mientras dormían”, la respuesta de Puch es elocuente en
este sentido: ¿y que quería…, que los despertara? Es claro que no goza con la
muerte, pero tampoco sufre ni le cuesta matar, simplemente es un acto
utilitario más para sus fines delictivos.
Los neurocientíficos de INECO (Facundo Manes y equipo)
estudiaron como piensa el cerebro de los terroristas y hallaron que funciona
mediante el siguiente patrón: cualquier medio está justificado para obtener el
fin buscado. Esta conclusión es fácilmente aplicable al proceso de toma de
decisiones de Puch, más que encuadrarlo en un asesino sádico.
"Carlitos" Robledo Puch no sale a matar, sale a
robar; a robar cosas de adolescente: motos, autos, repuestos para tunear los
Dodge y Torinos, o dinero en efectivo para pagar la “buena vida”. Pero que no
sea un asesino serial, no quita que sea tan psicópata cómo éstos, pues no
siente empatía por la vida del otro, ni remordimiento por sus actos.
Hoy la neurociencia también revela que en estos individuos la
amígdala cerebral reacciona con menor intensidad ante situaciones de miedo, es
decir, que no entran en pánico ni se ponen nerviosos ante situaciones que al
promedio de los mortales pondrían los pelos de punta. Los psicópatas son así de
fríos y calculadores (aunque los detonadores de bombas y rescatistas también...)
y este perfil psiopático está muy bien representado en la película. Puch no
sólo es frío para ultimar a su prójimo, sino también para hablar con cualquier
autoridad, ya sea el matón del colegio que lo faja (Chino Darín), el jefe de
una banda mafiosa, o el propio comisario de policía.
Pero no es sólo cierta estructura cerebral o preponderancia
de unos neurotransmisores sobre otros lo que determina la personalidad de un
psicópata, sino también el entorno social donde ésta forjó, pues las personas
"dan lo que reciben", como dice Drexler. Por regla suelen ser
familias disfuncionales donde, o bien la violencia psicofísica es práctica
cotidiana, o reina una absoluta indiferencia por las necesidades niño/joven
(como habrían sido los progenitores de Puch, y que la película no logra
evidenciar con una Cecila Roth medio idishe mame).
En fin, “El Ángel” es una película que explota una figura de
la cultura popular de Buenos Aires, como antes lo fue el Petiso Orejudo, sólo
que en aquella oportunidad se exhibía un “engendro” que probaba
"concluyentemente" que las teorías de Lombroso tenían razón, en tanto
que acá, lo que está en juego es justamente el cuestionamiento a este
paradigma, el mal no está en la fealdad, sino que también puede encontrarse en
la belleza.
Tal vez en un futuro comprendamos que no hay una esencia del
mal, como viera Hannah Arendt, sino que son las circunstancias actuales y
biográficas las que nos llevan a obrar de un modo u otro; a ser detonadores de
bombas o a armarlas.
PD: El resumen de la investigación de INECO pude verse
enhttps://incyt.conicet.gov.ar/estudio-del-cscn-uai-sobre-te…/
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